Siempre quise ir a LA

miércoles, marzo 19, 2008

Graduación

En la escuela el fin de curso se asociaba con la jornada contínua. Qué placer llegar cada mañana con el calorcillo primaveral. Todo el patio para nosotros hasta que el resto aparecía. Los del A contra los del B. Siempre B. El A solía ser amparo de repetidores y macarras rebotados de otros coles. El B representaba el rigor, la excelencia, Doña Nati, Don Servando y Doña Victoria, forjadores todos ellos del maestro en negocios en que me convertí el pasado lunes.

La jornada contínua implicaba terminar de recitar "Un soneto me manda hacer Violante / que en mi vida me he visto en tal aprieto / 14 versos dicen que es soneto / burla, bulando van ya tres delante" a eso de las 2 de la tarde, lo que daba paso al "Comedor / comedor / demolición", así, en plan ultra. El comedor lo regentaba una filipina de malas pulgas, Cari, cuya sola mención me pone nervioso. Cada cierto tiempo, un inspectorcillo (ignoro si del Principado o de la empresa que nos suministraba el lomo radiactivo y la ensalada con microbios) se acercaba a ver cómo nos iba. Se trataba de un personaje siniestro, enorme, vestido de negro. Respondía al nombre de Sindo ("Gumersindo de mierda" para Aurelio) y odiaba a los niños a tenor del fuego que profesaba su mirada. Menudo payaso. El comedor daba paso a la libertad. Dos, tres, cuatro o cinco horas para disfrutar de nuevo del patio, dejarse las suelas de mis Kelme Flot en el cemento-lija y hacer agujeros ("furacos", para la mayoría) en aquel mi primer chándal Nike (gris y rojo, chulísimo, regalo de mi madrina Charo). Y así todo el mes de junio hasta que nos daban el "boletín de evaluación", c'est à dire, las notas.

El fin de curso angelino no es muy diferente. En lugar de disfrutar del patio a mis anchas, tengo el privilegio de jugar al golf en días de diario con jubilados, pilotos que libran ese día y mantenidas en general. El comedor-demolición es ahora el garito que regenta Martha (Marta en su pasaporte mexicano), esa madre oficiosa que me da de comer cuando termino los 15 hoyos del campo de Westchester (los 3 restantes están bajo la pista L-23 del aeropuerto). El lomo radiactivo ha mutado (qué se podía esperar de ese isótopo que comí durante años) en quesadillas (lo que me hace recordar a los dos hermanos que me dieron de comer en México durante medio año pollo con quesillo de Oaxaca y a los argentinos del dulce de leche y la coca de lata de l'avinguda de les corts) y el sinvergüenza de Sindo responde ahora al nombre de George Abe, un gusano profesor empeñado en hacernos repetir nuestro último trabajo.